¿Qué puedo decir? Tu ausencia me afectó cual corredor que, luego de sufrir un accidente, perdió una pierna y pretende seguir corriendo.
Gracias Dios porque en nuestras vidas no suceden los accidentes y esta situación sólo es llevadera pues corro tomado de Su Mano, lo cual me permite correr y saltar y al mismo tiempo sonreír a pesar de la congoja.
Dulce princesa, hermosa mariposa, paloma de alas blancas que surca los cielos y que un bello día se dignó a anidar en mi corazón. Amada mía, tu ausencia caló mis cimientos, tu voz hizo eco en mí como antes no lo había hecho. De algún modo entiendo con mayor profundidad la complejidad de la vida sin accidentes, y es que no tenerte cerca me llevó a necesitarte a niveles inimaginables.
Ven toma mi mano, y ascendamos juntos a la dimensión de lo desconocido, al punto donde se fusionan los seres y se pierden los límites, al punto donde yo dejo de ser yo y tú dejas de ser tú, donde somos uno.
Dejemos, a pesar de la distancia, las fronteras, rompamos las leyes físicas, que el espacio deje de ser espacio, que el tiempo deje de ser tiempo, para volver a estar juntos, para verte a los ojos sin tenerte en frente, para acariciar tu cabello a pesar de que esté en otro continente, para tomar tus manos y besar tus labios a través de los miles de kilómetros que tenemos en medio y que no nos separan.
Quiero volcar miles de palabras, quiero plasmar en texto lo que el corazón demanda: mi necesidad acuciosa de ti. Solo pido a Dios que tome control de este coctel del sentimientos que me enseñe a ver por sobre ellos que, con el corazón saliendo del pecho, pueda seguir viviendo. Y es curioso, es difícil, es real: sólo a través de él y por él la decisión del amor y el sentimiento creciente, a través de los muchos años que eres mía, se vuelve llevadera y hasta más apacible y certera.
Te amo mi reina y es que disfruto tanto vivir en esta dimensión, en la dimensión de Cristo, donde las tormentas son simples rocíos, donde las montañas son agradables montículos, donde los abismos son pequeños badenes en tierra; donde tu ausencia, la carencia de ti, es un tiempo de gozo, de crecimiento, de paz, de separación unida en paz y gozosa por la obra constante y creciente en ti y en mí, que va, en nosotros.
Te espero en él y en ti tanto como tú en mí, y prefiero pausar aquí, pues esto terminará, como bien dicen, el día que la muerte nos separe, el día que haremos la gran pausa, para vernos luego en Su Reino.
Te amo,
L. Christian Fernández.